La infección por virus de influenza A es muy común en cerdos, siendo identificado como uno de los patógenos más comúnmente aislados de brotes de enfermedad respiratoria aguda a nivel mundial (Vincent et al., 2014). Los brotes constituyen una amenaza para la salud pública, por su potencial zoonótico (Resende et al., 2017), y causan importantes pérdidas económicas en la industria porcina (Rassy y Smith, 2013; Yoo et al., 2018). Es uno de los principales desafíos sanitarios en todas las etapas de la producción porcina intensiva, ya que puede provocar abortos por cuadros febriles en hembras y cuadros respiratorios en recién nacidos (Yaeger, 2011) y en cerdos de recría-engorda (Holtkamp et al., 2007). Además, participa como agente primario en el complejo respiratorio porcino (CRP), predisponiendo a infecciones secundarias y actuando en conjunto con importantes agentes patógenos, tales como: Mycoplasma hyopneumoniae, Actinobacillus pleuropneumoniae, Pasteurella multocida, Bordetella bronchiseptica, Streptococcus suis, Haemophilus parasuis, virus del síndrome respiratorio y reproductivo porcino (PRRSV) y el circovirus porcino tipo 2 (PCV-2) (Bochev, 2007).
El virus de influenza A es transmitido por contacto con secreciones oronasales desde cerdos infectados y fómites, incluyendo objetos inanimados contaminados y personas que se mueven entre cerdos infectados y no infectados, así como también por el aire (Van Reeth et al., 2007; Dubey et al., 2009; Neira et al., 2016).
La vacunación es la principal medida para prevenir y controlar la enfermedad. Las principales vacunas comerciales, actualmente disponibles a nivel mundial, corresponden a formulaciones inactivadas que contienen cepas de origen norteamericano o europeo (Ven Reeth y Vincent, 2019). La eficacia de una vacuna inactivada está determinada, principalmente, por la relación antigénica entre las cepas presentes en la vacuna y las cepas de campo. Actualmente, los principales subtipos que circulan en granjas porcinas a nivel mundial son H1N1, H1N2 y H3N2. Sin embargo, existe una gran diversidad genética y antigénica dentro de cada subtipo, y varios linajes han sido reportados alrededor del mundo (Vincent et al., 2014; Anderson et al., 2016). Por lo tanto, es fundamental el desarrollo de vacunas específicas para las cepas de una región geográfica determinada (Van Reeth y Ma, 2013). En este contexto, varios países, como Estados Unidos y Chile, han optado por el uso de autovacunas, correspondientes a vacunas elaboradas con cepas de virus aislados desde planteles en los cuales será aplicada.
En Chile, estudios recientes han identificado la presencia de “nuevos” virus H1N2 y H3N2 que circulan endémicamente en granjas de producción porcina, los cuales son genéticamente distantes de los virus de influenza A que han sido reportados en el resto del mundo. Estos “nuevos” virus han sido originados a partir de múltiples transmisiones desde humanos a cerdos, que han ocurrido desde la década de 1980 a la actualidad (Nelson et al., 2015; Tapia et al., 2018). Este escenario sitúa a las autovacunas como una de las herramientas de control de virus de influenza A en granjas de producción porcina de Chile.
Estás a punto de abandonar este sitio
La información que se muestra en el sitio de destino depende de las regulaciones locales vigentes.